Billy Elliot, el musical




La producción de teatro musical en Broadway es una maquinaria infernal. Con cambios a tono con los tiempos de crisis y golpes al bolsillo, ya no es tan habitual ver producciones que se mantengan durante muchos años, y mucho menos tan espectaculares.
Tengo la suerte, la dicha, de visitar Nueva York con alguna frecuencia, y cada vez que voy elijo una o dos opciones de teatro para ver. Y en esas visitas pude comprobar estos cambios.
Así, producciones que vi en años anteriores, las de Mel Brooks por ejemplo, bajaron de cartel con solo dos años de estar, y con quejas por los precios de las entradas (en el caso del Joven Frankenstein los palcos bajos que tenían algunas cuestiones extra obra muy divertidas, costaban por allá por los u$s 250 cada ticket) y solo se mantienen los clásicos, como el Rey León, El Fantasma ó Mamma Mía, que ya llevan muchas temporadas y que, con el correr de los años, puede decirse que son más atracciones turísitcas que puestas teatrales.
Pero es una cartelera que da envidia, y no es porque en Buenos Aires no tengamos ese mismo orgullo de tener en el amisma ciudad puestas discímiles y de gran calidad, sino por los nombres que la pueblan.
Más allá de los valores, una semana antes de mi llegada se terminaba una temporada de una obra con James Bond Craig y Wolvering Jackman en un teatro al costado de Broadway y ahora mismo se representaba una con Caterine Zeta Jones y la mítica Angela Landsbury.
Pero estrellas al margen, y con una cartelera variada y ecléctica, yo me dispuse a ver Billy Elliot, el musical que es sensación, ganador de varios premios, por estos días.
Y es una apuesta acorde a los tiempos, mucho más austera en los decorados y los cambios escénicos sin espectacularidades (que conocimos en otras obras) con un reparto muy afinado y compacto, de obreros, policías, mineros, que le dan sustento a la obra, y un rol, para mi gusto sobresaliente, que es el del padre de Billy.
Duro, tierno, gracioso, severo, es un personaje completo que se roba espacios muy largos de la trama y sostiene los climas de una manera impecable.
La obra es similar a la película, tiene un final distinto, y hace mucho foco en el conflicto minero y en los años 80, hay muchas más referencias explícitas a la premier Margaret Thatcher, mucho más que en el film y está cruzada por un acento muy particular, que me imagino no debe haber sido nada fácil para los interpretes norteamericanos.
Los que vieron la película no se van a llevar ninguna sorpresa en este sentido.
La maestra de baile también se lleva un pedazo importante del tempo de comedia de la trama, y es el segundo pilar sobre el cual se sostiene esta puesta.
Billy es un caso aparte, según la noche que veas la obra (supongo que será un tema de trabajo infantil, o algo por el estilo, que impide que veamos al mismo protagonista más de dos noches seguidas) la noche que fui yo el papel de Billy lo interpretó un hijo de cubanos.
Muy histriónico, gran bailarín, pero morochazo!!
Ni el acento británico tan marcado ni los modismos me hacían representarme a un hijo de un minero en medio de Londres. Pero la magia del teatro todo lo puede, así que uno asume que está bien así.
El resto lo hizo su calidad interpretativa, no tanto la actoral ni sus dotes de cantante (flojo en ambas) sino la destreza en el baile, que es lo que importa en este caso.
Las canciones son de Elton John, por lo que uno se asegura que saldrá tarareando alguna, y tienen la profunidad en las letras que exige el relato, la dureza de los tiempos duros de la huelga (se destaca una canción con un estribillo que alude a la solidaridad que tiene gran fuerza) y los bellísimos momentos de Billy con el fantasma de su madre ya muerta (una fuerte presencia en el escenario en contraste con la película) con unas canciones de gran poder emotivo.
En fin, todo vale la pena, lástima que hay que irse hasta allá para verla, aunque según viene pasando en los últimos años, no sería descabellado pensar en una apuesta de esta obra en la calle Corrientes. Según vino pasando en los últimos años, los éxitos de dos temporadas allá, vinieron para acá con puestas muy dignas, incluso alguna de ellas, como es el caso de Joven Frankenstein, muy mejorada con relación a la puesta de Broadway, merced a un gran trabajo de Francella.
A prepararse si sucede, vale la pena.

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